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‘Sanditon’, ‘Suite francesa’, ‘Plegarias atendidas’ y otras novelas sin final

La historia de la literatura está llena de novelas sin terminar. Reunimos una selección de las mejores y más interesantes obras inconclusas.

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Truman Capote en una imagen promocional de ‘The Capote Tapes’, documental sobre ‘Plegarias atendidas’.

Por azar, desidia o porque les sobrevino la muerte en medio de la tarea, la historia de la literatura está plagada de escritores que han dejado obras inconclusas. No es raro que un escritor tenga un manuscrito sin punto final guardado en un cajón –como ocurrió con la célebre novela de Jane Austen Sanditon–, otra cosa son los motivos que rodean la situación excepcional de dejar una obra inacabada. ¿Con qué rabia contenida escribiría Irène Némirovsky las últimas palabras de Suite francesa mientras escapaba de los nazis? ¿Qué pensaría Jack London del final que le dio Robert L. Fish a su Asesinatos S.L. después de haber escrito 20.000 palabras y no encontrar un desenlace satisfactorio? 

Siempre que se habla de novelas inacabadas surge la duda de si es legítimo publicarlas, si no es incluso atrevido entrometerse en un texto con el que quizás su autor no estuviera satisfecho. Es más, ¿por qué entre tantas novelas terminadas iba el lector a escoger una obra que nunca tendrá fin?

“Es sorprendentemente difícil decir qué es lo que hace que una novela o cualquier escrito estén realmente terminados”, señalaba el profesor de Stanford Matthew Redmond en un artículo para Literary Hub en el que aconsejaba adentrarse sin prejuicios en estas obras. Es más, subrayaba, “nada se termina nunca, y ciertamente no mientras aún se está leyendo”. Redmond propone abordar el dilema desde dos frentes: desafiando, primero, nuestra necesidad de ponerle un fin a todo y, por otro lado, entender el relato como parte de otro más grande –la historia de la humanidad misma– en obvio proceso de elaboración. 

Sin embargo, el lector curioso puede encontrar en las novelas sin terminar una veta interminable de sorpresas, de curiosidades, de posibilidades para evocar el presente del autor en el momento de la escritura o imaginar un desenlace basándose solo en su propia imaginación –¿cuántas miles de páginas de fan fiction se han escrito a partir de esta premisa?–. En Biblio hemos reunido algunas de las novelas sin terminar más interesantes:

Sanditon, de Jane Austen

La enfermedad hizo que la autora de cabecera de millones de lectoras dejara abruptamente esta novela en su capítulo 12. Moriría meses después, en julio de 1817. Sin embargo, los dolores que ya la aquejaban mientras daba forma al manuscrito no dejaron su impronta en esta novela satírica que amplía el incisivo estudio de los defectos humanos característico de la obra de Austen. Demasiado avanzada para que imaginar un desenlace resulte tentador, han sido varias las plumas que se han atrevido a escribir su final, empezando por la sobrina de la escritora, Anne Austen Lefroy.

No fue hasta 1925 que el público pudo conocer la versión original planteada por Jane Austen, en la que cuenta la historia de un empresario llamado señor Parker, empeñado en hacer del pueblo costero de Sanditon una especie de balneario y un refugio para los citadinos aficionados a los entonces famosos baños de mar.

Jane Austen Sanditon Persuasión

El misterio de Edwin Drood, de Charles Dickens

La idea inicial era que esta enrevesada historia de misterio se publicase en 12 entregas entre abril de 1870 y febrero de 1871, sin embargo, a su autor le sobrevino la muerte en el ecuador del proyecto. Los intentos por terminarla han sido muchos, incluido el del médium Thomas Power James, que juró haber contactado con el espíritu del novelista británico para que le dictase el desenlace.

También hubo una versión paródica, The Cloven Foot, firmada por un tal Orpheus C. Kerr (pseudónimo del humorista Robert Henry Newell). La obra del espiritista llegó incluso a publicarse y hasta recogió el aplauso de Arthur Conan Doyle.


Suite francesa, de Irène Némirovsky

Suite francesa, la última e inclusa novela de la autora de David Golder, no fue publicada hasta 62 años después de haber sido escrita. Ideada como una composición en cinco partes –tomando como modelo la Quinta Sinfonía de Beethoven–, Irène Némirovsky, nacida en una familia judía, solo pudo dejar terminadas dos de ellas antes de ser capturada y enviada a diferentes campos de concentración hasta morir asesinada en Auschwitz en agosto de 1942.

Este retrato de la Francia ocupada, plagado de escenas que mezclan la incredulidad con el miedo, lo grotesco con lo conmovedor, está atravesado por un claro componente autobiográfico. Fue el marido de la escritora, Michel Epstein, quien entregó a sus hijas una maleta con el manuscrito antes de que los gendarmes lo arrestaran y fuera deportado al mismo campo que su mujer. Escrito con letra minúscula para aprovechar el papel, una de las hijas del matrimonio logró mecanografiar Suite francesa con ayuda de una lupa. Al parecer, Némirovsky, temiendo su final, había titulado la última entrega de este tesoro literario del siglo XX con un La paz entre interrogantes. 

Suite francesa Irène Némirovsky

La rueda del tiempo, Robert Jordan y Brandon Sanderson

Un clásico de las novelas río más ambiciosas es que sea otro autor quien asuma la responsabilidad de terminar la saga si su creador original fallece dejando a medias la tarea. David Lagercrantz cogió el relevo de Stieg Larsson en Millenium, Carlos Zanón retomó el personaje de Pepe Carvalho, personaje por antonomasia de Manuel Vázquez Montalbán, y Brandon Sanderson se encargó de poner punto y final –un extenso punto y final, todo hay que decirlo– a la saga de La rueda del tiempo. James Oliver Rigney Jr. (que firmó su obra de fantasía épica con el seudónimo de Robert Jordan) murió en 2007 dejando abundantes notas e instrucciones para la que sería la duodécima y última entrega. La tarea recayó entonces en el autor de El archivo de las tormentas, que no haría uno, sino tres volúmenes para despedir La rueda del tiempo: La tormenta, Torres de medianoche y Un recuerdo de luz.

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Plegarias atendidas, Truman Capote

Solo existen tres extensos capítulos de la obra más esperada del autor de A sangre fría. Este feroz retrato de las miserias y mezquindades de la jet set neoyorquina se publicó finalmente en 1987 en una edición póstuma. De manera anticipada, los tres capítulos habían aparecido en la revista Esquire, provocando un gran revuelo entre la élite retratada. Alrededor de esta obra inacabada rondan todo tipo de leyendas: Random House habría pagado un adelanto estratosférico por su publicación, hay varias teorías que dicen que el manuscrito está terminado y permanece oculto, otras que hablan de que Capote no logró seguir con la que consideraba su obra maestra, incluso se dice que de haber escrito más capítulos, el autor los habría destruido posteriormente.

En 2012 la revista Vanity Fair reprodujo un relato inédito de seis páginas, Yates y cosas,  que formaría parte de Plegarias atendidas. El fragmento fue encontrado en la Biblioteca Pública de Nueva York por un colaborador de la publicación, Sam Kashner. Gracias al interés que despertó la obra, se le añadió la coletilla de “la más famosa novela impublicada de la literatura norteamericana”. 

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La lista de novelas sin final es prácticamente infinita. A mediados de 2021 salía a la luz la polémica última novela de Françoise Sagan, Las cuatro esquinas del corazón. Albert Camus, que falleció junto a su amigo y editor Michel Gallimard en un trágico accidente de coche en 1960, legó el manuscrito de El primer hombre. Otro Nobel, en este caso el portugués José Saramago, no pudo terminar Alabardas, aunque la obra salió a la venta igualmente en 2014 en la editorial Alfaguara con notas de Roberto Saviano y Fernando Gómez Aguilera.

Once años de trabajo y varias versiones después, Mark Twain se consideró incapaz de escribir el desenlace de El forastero misterioso, novela que vio la luz póstumamente gracias al albacea literario del autor, Albert B. Paine. Otro célebre autor que manifestó asimismo problemas para resolver un entuerto literario fue Gustave Flaubert, que trabajó con ahínco en su Bouvard y Pécuchet sin que el esfuerzo diese como resultado un final a la altura de sus intenciones.

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